Queridos lectores...

Queridos lectores...

... en este blog no os prometo fotografías alucinantes ni mucho menos historias entrañables. Sí es eso lo que esperáis encontrar, os recomiendo continuar con la búsqueda.

Sin embargo sí que plasmaré ideas reales, sentimientos vividos y quizás experiencias excitantes. Por que ésto que tenéis ante vosotros, no es un libro de J.K. Rowling, sino el blog de un adolescente. El blog de todavía un crío que no dudará en acudir a él para desahogarse de sus problemas y transmitir las sensaciones que invaden su pecho.

Así que sin más dilación, sólo me queda daros la bienvenida. "Bienvenidos seáis a las nevadas cumbres de mi memoria".

sábado, 22 de octubre de 2011

-Mi primera disección-

Sabía que algún día pasaría, pero nunca me imaginé que fuera de ese modo...
El día 20 de octubre de 2011 vi mi primer cadáver. Estaba impaciente, ilusionado como lo está un niño pequeño en la noche de navidad. Tenía gran curiosidad por saber como sería el cuerpo humano por dentro más allá de las ilustraciones propias de los libros, lo quería ver con mis propios ojos sin tapujos y sin censuras: tal y como es; y lo más importante, quería confirmar si la medicina sería mi vocación, pues pondría a prueba mi temple frente a un muerto.O, como prefieren que lo llamen: "cadáver".
Yo ya me había puesto la bata y caminaba decidido hacia la sala de disección. A medida que avanzaba en el largo pasillo, el olor a muerte se encontraba cada vez más presente. Entre nosotros.
El momento más impactante fue cuando hubo que sacarlos de las cajas metálicas en las que se encontraban. Al retirar la tapa, un fuerte olor a Formol, compuesto que no sólo permite la desinfección sino también la conservación de los tejidos, inundó a los más curiosos que se acercaban a contemplar la escena. Yo fui uno de ellos. El olor se te clavaba en las mucosas produciendo un fuerte picor en garganta y nariz. Los ojos ardían en cuestión de segundos te hacían llorar. Era como si se tratará de una cebolla gigante, con un pequeño toque de amoniaco. Eso hizo que todos retrocediéramos unos pasos, y a los pocos segundos la sensación desapareció. Había sido como un azote que obligaba a los curiosos a alejarse y respetar lo que en esas frías cajas descansaba.
Tras eso, entre tres personas levantaron una bandeja de metal en la que el cadáver reposaba rígidamente boca abajo con su torso cubierto torpemente por una sábana verde, y la depositaron cuidadosamente sobre una mesa metálica también propia de la serie de CSI. Uno de los porteadores debía tirar hacia atrás de los brazos del muerto con fuerza para que no se trabarán al sacarlo de la caja. Al salir los soltaba de modo que éstos, víctimas del rígor mortis, caían agresivamente sobre la metálica mesa produciendo un sonido sordo, hueco y falto de sentimiento como esos brazos lo estaban de vida. Esa fue la primera escena impactante. La manta verde sólo tapaba parte del cuerpo, pudiendo los neófitos contemplar como el culo de los cadáveres estaba plano y lleno de marcas consecuencia de su larga estancia en esas cajas. A los lados, descansaban los brazos y sus dedos de la mano, sin estar cerrados ni completamente extendidos, transmitían tensión. Unas manos que se intentaban agarras a algo. Unas manos que quizás, trataran de aferrarse inútilmente a la vida. Sobre la mesa donde saciaríamos nuestra sádica sed de conocimientos, en el techo, una lámpara al puro estilo dentista iluminaba al cuerpo cubierto que teníamos ante nosotros. Rápidamente nuestro jefe de mesa retiró la manta y pudimos ver el cuerpo de una anciana de unos setenta y pocos años boca abajo con un largo corte en la espalda que se extendía desde la nuca hasta donde tímidamente empezaba el culo. Tenía los blancos cabellos rapados y en su totalidad estaba rasurada. Su piel, llena de lunares y varices, tenía un aspecto gelatinoso. Tenía un tono entre el color de piel natural y el amarillo, y estaba llena de marcas. Al tacto era como plastilina que podías moldear a tu gusto. De hecho, bajo la clavícula y transversalmente, se extendía una arruga como la que se te quedaba en la portadas de los libros cuando no la habías forrado correctamente. La diferencia es que esta vez era de piel y medía varios centímetros.
Tras eso, con los guantes de látex recubriendo nuestras manos nos dispusimos a investigar el secreto que esconde la perfección del ser humano.
En ese momento, me sentí mal. Pero no me sentí mal producto del asco, formol o un mareo que pronto produjo el desmayo de más de uno, sino mal moralmente. Sentía como los muertos estaban ahí dispuestos para nosotros, los vivos, jugar con ellos. Entré en una serie de meditaciones y reflexiones de carácter existencial que no tardaron en hacerme sentir el "Machado" del siglo XXI: lo efímera que resulta ser la vida, y lo injusto que me resultaba esa situación. Yo, un simple alumno de primero de medicina, introduciendo mis descuidados dedos entre nervios, costillas, vértebras y músculos.
Por suerte me resigné a mirarle la cara, pues sabía que ésta me perseguiría a lo largo del día. Y peor sería el caso de tener los ojos abiertos y poder contemplar, en todo su esplendor, el significado de una mirada perdida y falta de emociones. Sin embargo, algo que me cortó la respiración fue su mano: tenía las uñas perfectamente pintadas de lila. Se trataba de una muerte reciente, y lo peor: inesperada, pues dudo que una mujer se pinte las uñas para tratar de así seducir a la muerte. No esperaba que en breve su corazón dejara de latir para siempre. Esa mano que nunca volvería a ser estrechada cariñosamente por nadie. En ese momento empecé a pensar en los familiares que dejó atrás, los planes que tendría para ese día y para los siguientes, los cuáles le habían llevado a decidir que se pintaría tan delicadamente las uñas, donde habrían quedado sus ideales y recuerdos... Había entrado en un círculo vicioso de reflexiones que, irónicamente, en la sala de disecciones me llevaron a cuestionarme el sentido de la vida.
Por eso, no fue nada como me esperaba. Esperaba asco, quizás mareo, pero eso fue lo último que sentí. En mi interior sentí muchas cosas pero nada de eso. Sin embargo existe un sentimiento que afloró y que se mantuvo a flor de piel durante toda la práctica de anatomía: la compasión hacia otra persona, hacia otro ser humano que quizás hoy esté en mejor vida y que me permitió ver la muerte desde una nueva perspectiva. Así, lo único que recordaré de mi primera "disección" será la atmósfera que reinaba en la sala: una atmósfera de muerte, de respeto, donde parecía que los vivos jugaban con los muertos y en general, una atmósfera donde no se medía el temple y la indiferencia ante un muerto, sino la humanidad de cada persona.